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Ciudad

Ciudad Por Dalva

Hoy he vuelto a encontrarme en ti, como quien vuelve a casa después de la batalla.

Tus calles no me resultan extrañas, ni los pasillos de la facultad, ni esta casa centenaria. El crujir de las maderas en el silencio de la noche, las conversaciones en otros idiomas...

Ni siquiera tus gentes que corren. Vienen y van. Me gusta mirarles a la cara. ¿Por qué no sonríen? Intento encontrar una explicación a sus caras de desesperanza, y pienso en tu historia. Es fácil reconocer tantas cosas. A pesar de todo me resultan familiares, en el fondo todos buscamos lo mismo.

En el jardin de Louxemburgue mientras escribo un señor lleva dos horas observándome. Está sentado frente a mí, al otro lado del estanque. Las hojas verlenianas corren, comienza a hacer fresco; mañana habrá eclipse total.

Podría ser Flaubert, o Verlaine. Se acerca, susurra: “Vous êtes très belle, madmoiselle” y se aleja. Como las hojas secas, como las hojas muertas.

Me pierdo sin miedo en tus distritos, buscando recovecos que no aparezcan en los libros. ¿Qué historias esconden estos muros?

Te contemplo fascinada. Habitas en mi.

A este acordeón siempre de fondo, le arranco sus mejores notas para cantarle al arquitecto de tus nubes, los mejores edificios que te engalanan.

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